El ser humano siente la presencia del dolor en muchos momentos de su vida. Cada vez que hay un cambio significativo, el dolor se hace presente. Un cambio de residencia, una etapa escolar que termina, un nuevo trabajo, un divorcio, una mascota extraviada y el de mayor intensidad cuando muere un ser querido.
Algunos dolores son más intensos que otros. Algunos nos pueden dejar la sensación de que nuestra vida está destrozada, desorganizada, vacía. Nos sentimos exhaustos ante tantas exigencias y tan poco consuelo. Nos sentimos asustados y tememos perder el control de nuestras emociones. Estamos muy lastimados, pero nos podemos hacer más daño aún. Nos preguntamos ¿por qué debo vivir todo esto?, ¿por qué a mí?, ¡Dios es injusto conmigo! , ¡no podré soportar tanto dolor!.
Nos queremos dar por vencidos, al mismo tiempo, algo dentro de nosotros nos dice que queremos querer estar bien. Esa es la parte que busca extraer lo mejor de nosotros y sacarnos de esa inacción y depresión que nos está dominando. Como apuntaba Erich Fromm, la esperanza es la fortaleza que siempre nos dispone a encontrar significado y plenitud, a saber estar presentes en el aquí y el ahora, a liberarnos del aburrimiento y la apatía.
La esperanza nos impulsa a la acción, al trabajo entusiasta, a la creación del futuro que en realidad deseamos tener. Nos ilumina respecto a la vida y nos permite comprenderla mejor <es percibir la vida donde otros sólo perciben muerte>.
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